Estos días he estado tan lerda que hasta ganas de escribir poesía me han dado. Guardo un esqueleto de una novela-no-realizable y la certeza de que por más empeño que ponga, nada saldrá de nada porque el círculo me representa. Me siento tonta, me siento como un perro perdido en la lluvia, mirando por ahí, olfateando olores conocidos, viendo si, en una de esas, te veo entre la gente y te miro con la cara de perdida que tengo y me miras y me tomas de la mano y me llevas no sé a dónde, pero a un lugar más seguro de los lugares donde yo puedo estar sola, caminando seguro y firme mientras yo te sigo con pasos torpes de mis piernas cortas, con la torpeza de mi cuerpo tullido de frío y cansado de ser mío.
Entonces nada más importa, nada más importa que quedarme ahí, sentada al lado de la estufa acogedoramente cálida de tu corazón, esperando secarme de tanta lluvia metafísica y tanta pena que ahogo, que llevo aquí dentro, que no se fue más. Y salgo a la calle, a agradecerle al mundo porque tengo donde esconderme cuando la vida me habla golpeado, y salgo sonriendo, y salgo flotando y de pronto la lluvia moja mis alas de papel de diario y no es más la gratitud y no es más la alegría y me grita el mundo, aquí en la oreja. Entonces vuelvo a caminar buscando olores y siempre estás tú, en la micro llena de gente, extendiéndome la mano para no quedarme atrás. Y me siento tonta por perderme, por ser tan débil, por dejar que la pena se me haga lluvia y me moje las alas. Y me da frío y tirito de miedo.