"Que Genius tiene que ver con el generar es por otra parte
evidente en el hecho de que el objeto por excelencia "genial",
para los latinos, era el lecho: genialis leetus, porque en él se
realiza el acto de la generación. Y consagrado a Genius era el
día del nacimiento, al que por esto mismo denominamos
todavía genesíaco. (...)
Se llama mi Genius, porque me ha engendrado (Genius
meus nominatur, quia me genuit)." Pero eso no basta. Genius
no era solamente la personificación de la energía sexual. Ciertamente
cada ser humano varón tenía su propio Genius y
cada mujer tenía su Juno, ambos manifestaciones de la fecundidad
que genera y perpetúa la vida. Pero, como es evidente
en el término ingenium, que designa la suma de las cualidades
físicas y morales innatas en aquel que comienza a ser, Genius
era de alguna manera la divinización de la persona, el principio
que rige y expresa toda su existencia. Por esto a Genius era
consagrada la frente, no el pubis; y el gesto de llevarnos la
mano a la frente, que hacemos casi sin darnos cuenta en los
momentos de desconcierto, cuando nos parece casi que nos
hemos olvidado de nosotros mismos, recuerda el gesto ritual
del culto de Genius (unde venerantes deum tangimusfontem).
y dado que este dios es, en cierto sentido, el más íntimo y
propio, es necesario aplacarlo y mantenerlo propicio en todos
los aspectos y en todos los momentos de la vida.
Hay una locución latina que expresa maravillosamente la
secreta relación que cada uno debe saber entablar con su propio
Genius: indulgere Genio. A Genius es preciso condescender
y abandonarse, a Genius debemos conceder todo aquello Genius
que nos pide, porque su exigencia es nuestra exigencia, su felicidad
es nuestra felicidad. Aun si sus -¡nuestras!- exigencias
puedan parecer poco razonables y caprichosas, es bueno aceptarlas
sin discutir.
(...) Genium suum defraudare, defraudar al propio genio, significa
en latín entristecerse la vida, embrollarse a uno mismo. Y
genialis, genial, es la vida que aleja la mirada de la muerte y
responde sin dudar a la incitación del genio que la ha generado."
y nada, arrojada a mi propia fuerza centrípeta y centrífuga otra vez.
ya recordé por qué no me dolió las otras veces.