A veces pienso en eso que leí alguna vez, que los que escribimos somos pequeños dioses, pero mucho más crueles. Se cuenta sobre dioses que nos dan la oportunidad de la salvación, que nos dan pistas para salvarnos...pero no ocurre eso con los que escribimos. Los que escribimos condenamos, los personajes nacen para un destino fugaz y repetitivo, crueldad que aumenta cada vez que se lee, el personaje sólo vive para morir, para matar o quedar en suspenso sin más ni más, simplemente porque nosotros así lo hemos querido un personaje está condenado a pasar por las mismas asperezas cada vez que su historia es leída. Somos...lo peor.
Pero he pensando que quizás yo no lo soy tanto, porque yo mato tumores en mis textos, yo mato lo que no me sirve o lo que me sirve demasiado y es como si, al volver a leer la historia, simplemente machacaran aquello que siempre quise machacar. Y es que es cierto, tengo unos deseos que me superan la racionalidad, unos deseos de acabar con todo lo que me haga muy mal y muy bien y sé que no está bien. Por ahora me mantengo de eso, de ser la que se dedica a matar lo propio...sólo puedes matar lo que has creado, dicen por ahí. Y yo lo mato para que viva para siempre en palabras y tengo muchos años más en mi vida para darme cuenta de lo equivocada que estuve.