El final feliz se diluye lentamente tras sus ojos cerrados, quedando completamente destrozado en sus labios. Palabras proferidas, exaltadas en sus manos, un montón de desechos dramáticos que no hay dónde dejarlos, aumentan su volúmen como un montón de basura adherente que, al ser expulsado del pecho, se contamina mucho más llenándose de desperdicios que no son ni propios, creciendo indecorosamente. Cuando finalmente puede abrir los ojos ya todo es un desastre; el resultado de una erosión acelerada de un cuento de hadas sin aire.
Se expande la idea de la infamia, de la impotencia, la rabia y finalmente el silencio en la boca que nunca dijo ni dirá nada, quiera o no (seamos honestos, la valentía no siempre es sádica). Se deshace un pétalo en el ácido gástrico recién lanzado como una respuesta que tampoco será oída porque el vómito provocado por el asco de lo destruido no significa demasiado. El ardor en el estómago, una sensación de frío invade su cuerpo, lo paraliza en un suspiro resignado que se congela en sus entrañas, duele. Cualquier cosa es suficiente por estos días y el vómito y el asco dan paso finalmente a la risa, una sonrisa un poco tímida después y luego la nada misma, acaso una mueca. La agitación de la catársis melódica ante la derrota frente a la enfermedad obliga a ser así de drásticos, nunca fue tal cosa, no vale la pena.
Un acorde roto al final de la canción, un espacio vacío en la última nota que causa vergüenza en la mano que no puede dar con el sonido exacto, nunca aprendí a hacer esto y un etcétera de palabras autocompasivas que no sirven de mucho, al final siempre es lo mismo, es difícil encontrar uno realmente definitivo.
La canción se extiende entre tropiezos poco dignos. Un musical de horror, mi estimada, que da paso a una lluvia de flores (vivas) que renueva el alma de todos (pero esto tiene que ocurrir cuando termina, para tomar en cuenta que hay algo mejor que una canción equivocada y mal hecha, tiene que ser así, disculpe usted que insulte su logro). La turbación hace que su vista se fije en el suelo. El silencio toma protagonismo por un rato que es imposible determinar. Lo entiende finalmente y, como siempre, no dice nada, pero sonrie y la sonrisa en sus labios ya no es la misma de antes, ya no emerge de donde mismo, ya no responde a las mismas cosas.
Se explica el porqué de lo difícil de enmendar el caos interior en la composición: una nota errática, demasiado grave. Se toma la decisión: no volverá a aparecer en la partitura. Sacude su regazo con sus manos temblorosas y se pone de pie. Ya es hora. Se despide de su público que estima inexistente y deja el piano intacto y herido inexplicablemente en medio del escenario.