"Aquel
extraño encantamiento melancólico duró hasta el domingo por la noche. El lunes
todo cambió. Teresa irrumpió en su mente: sentía el estado de ánimo de ella
cuando le escribía la carta de despedida; sentía cómo le temblaban las manos;
la veía arrastrando la pesada maleta en una mano, la correa de Karenin en la
otra; se la imaginaba abriendo la cerradura de la casa de Praga y sentía en su propio
corazón la orfandad de la soledad que la envolvía al abrir la puerta.
Durante
aquellos dos hermosos días de melancolía su compasión no había hecho más que descansar.
La compasión dormía, como duerme el minero el domingo después de una serrana de
trabajo duro para el lunes poder bajar otra vez al tajo.
Atendía
a un paciente y, en lugar de verlo a él, veía a Teresa. El mismo se lo
reprochaba: ¡no pienses en ella! ¡No pienses en ella! Se decía: precisamente
porque estoy enfermo de compasión, es bueno que se haya ido y que ya no la vea.
¡Tengo que liberarme, no de ella, sino de mi compasión, de esa enfermedad que
antes no conocía y con cuyo bacilo me contagió!
El
sábado y el domingo sintió la dulce levedad del ser, que se acercaba a él desde
las profundidades del futuro. El lunes cayó sobre él un peso hasta entonces
desconocido. Las toneladas de hierro de los tanques rusos no eran nada en
comparación con aquel peso. No hay nada más pesado que la compasión. Ni
siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por
alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos.
Se
hacía reproches para no rendirse a la compasión y la compasión lo oía con la
cabeza gacha, como si se sintiera culpable. La compasión sabía que se estaba aprovechando
de sus poderes y sin embargo se mantenía calladamente en sus trece, de modo que
al quinto día de la partida de ella Tomás le comunicó al director del hospital
(al mismo que después de la invasión rusa le llamaba a diario a Praga) que
debía regresar de inmediato. Le daba vergüenza. Sabía que su actitud tenía que
parecerle al director irresponsable e
imperdonable. Tenía ganas de confesárselo todo, de hablarle de Teresa y de la carta
que había dejado para él en la mesa. Pero no lo hizo. Desde el punto de vista
de un médico suizo, la actuación de Teresa tenía que parecer histérica y
antipática. Y Tomás no estaba dispuesto a permitir que nadie pensase mal de
ella.
El
director estaba verdaderamente afectado.
Tomás
se encogió de hombros y dijo: «Es muss sein. Es muss sein».
Era
una alusión. La última frase del último cuarteto de Beethoven está escrita
sobre estos dos motivos: Para que el sentido de estas palabras quedase del todo
claro, Beethoven encabezó toda la frase final con las siguientes palabras: «Der
schwer gefasste Entschluss»: «Una decisión de peso».
Con
aquella alusión a Beethoven, Tomás volvía a referirse, en realidad, a Teresa,
porque había sido precisamente ella la que le había obligado a comprar los
discos de los cuartetos y las sonatas de Beethoven.
La
alusión resultó más adecuada de lo que él hubiera podido suponer, porque el
director era un gran aficionado a la música. Se sonrió ligeramente y dijo en voz
baja, imitando la melodía de Beethoven: «¿Muss es sein?»
Tomás
dijo una vez más: «Ja, es muss sein»."
Milan
Kundera, La insoportable levedad del ser
(fragmento)
debió ser, debe ser.