viernes, 21 de septiembre de 2007

cincuenta y seis segundos.

Me da con la lesera de seguir sintiendo que algo tengo que hacer por aquí. Por más que me pregunten de qué se trata esto de estar frente a esa puerta cerrada, no logro fundamentar de una buena manera qué me ata a este lugar. Hace algún tiempo alguien me dijo que ahí dentro había algo para mí. Y fue suficiente como para mantenerme aquí. Es como si el tiempo no pasara. La gente envejece, la gente muere y otros nacen y desde aquí todo se hace tan ajeno, he logrado olvidar que soy parte de ellos. Pero cuando miro mi ropa (la misma ropa que llevo desde que me senté aquí hace como unos once años) que se rompe como si fuera papel mojado y siento que mi cuerpo ha sido corrompido por el tiempo me doy vergüenza y pido porfavor que nadie me encuentre así. No soy digna de los vívidos ojos humanos que veo en ustedes, a veces siento que para mí no es digno respirar y la autoflagelación se hace insoportable.

La incertidumbre me tiene aquí. No me ha pasado nada bueno en años, y por eso espero a que lo que sea que allí dentro esté sea algo que me haga bien. Persevero a través de la incertidumbre, a veces leo el horóscopo esperando que las cosas pasen o, en el peor de los casos, que alguien me lleve de aquí porque sola no puedo levantarme. Me siento tan inferior a ustedes, que ostentan sus vidas y sus ganas de vivir, de decir “estoy aquí, OH, DIOS, ESTOY AQUÍ”.

Pero no son lo suficientemente atractivos, sin duda me siento como una inválida mirando una carrera de atletismo, sobretodo en primavera. Me gustaría tener un botón el cual, al apretarlo, tenga la capacidad de reventar los cráneos que yo quiera. Y quizás así sería más justo. La maldita primavera me tiene en procesión una vez más, caminando lastimosamente frente al amor, y este famoso sentimiento se muestra como un César y no duda en echarme a luchar aún en mi humilde estado, sólo quiere mi sangre porque he abusado. Los dioses se dan cuenta de mi hybris y me castigan.

Ya no podré estar tranquila en una plaza nunca más. Si no son los aromos en flor y la alergia, son los tórtolos que se ensalivan afanosamente frente a mí. No puedo evitar mirarlos porque, por la cresta, soy voyerista. Y por más que los mire ya no les molesta. Todo lo contrario. Por eso quiero ese botón. Y hasta me da risa. Me he amargado tanto. Antes les sonreía, ahora no puedo evitar mostrar la mueca de asco en mi boca. Y ya ni me entiendo. Para nada.

Y me doy risa porque guardo una ilusa a flor de piel. Esa ilusa que creyó en el número cincuenta y seis y en un montón de hueás más. Esa ilusa que me mantiene aquí. Pero la puerta no se abre. Ni mis llantos pueriles ni mis gritos adolescentes han logrado siquiera que se entreabra y me dé un poco de luz. Así que me convierto en una perra de las peores aunque sea en sueños. Y sueño que soy la peor puta y así no sufro, ni siento. Lo lamentable es que recuerdo. Me acuerdo de los sueños aún en fragmentos y es molesto. Es molesto porque la que ve esas imágenes al fin y al cabo es la ilusa. Y es un problema mas o menos grave. Mis crisis de pánico volvieron. Y esa puerta no se abre. Mi sicología se va a la mierda. Y esa puerta está cerrada todavía.