jueves, 11 de junio de 2015

Caso de la vida real.

Esa mañana te pedí plata prestada para el colectivo, salí tarde porque el cansancio era mucho. Me diste el único billete que tenías, que era mucho más de lo que necesitaba.


Volví de la práctica y durante la media hora que pude estar en la casa y verte, tu estuviste viendo el jueguito y no era nuevo. Me enojé tanto y me fui a la pega así, enojada. Eso tampoco era nuevo.
Llegando al metro me di cuenta de que no había gastado tu plata al final y de que había una feria artesanal, después me di cuenta de que gasté toda tu plata en varias cosas, pensando en que me las comprabas tú para disculparte. Pero fue inútil, porque tenía que devolverte la plata igual, porque seguí enojada igual, porque después me dijiste que no entendiste mi enojo. Inútil, igual de inútil que enojarme contigo y esperar que lo entendieras.


Me hubiese gustado que pudieses haber leído esta nota, pero desde ese día que no te digo nada lindo (y con lo que dije ya podría ser del tipo de cosas que ya no te dije más y, en el fondo, para qué).


Si llegas a leer esto, aprovecho de decirte que me sentí súper mal ese día. Me dio cualquier pena, porque esa última media hora que no me diste fue la última media hora en la que los dos nos quisimos un poco entre los dos.