viernes, 3 de octubre de 2008

existencia espumosa

Hay días en que la falta de voluntad me la gana. En que me siento completamente negligente de capacidades y siento que algo de mi poco a poco se va deshaciendo. Me siento tan vacía, con una vida tan frágil y leve, con una importancia nula en el espacio. A veces trato de ser más que esto que me siento y es como si desde dentro de mi cascarón tratara de impulsar que este sea más fuerte y no se rompiera al más leve intento, con resultados letales para mi integridad. Pero no he podido. Sigo sientiéndome volátil e inexorablemente frágil.

Entonces mi mentada fragilidad comienza a vagar entre las excusas, entre las salidas posibles y los escondites. Y voy en declive, destiñiéndome entre la gente que circula indiferente, transformándome a lo incorpóreo que mi mente busca ser, y por lo tanto, mi cuerpo también. Voy buscando la posibilidad de detenerme en el camino a tomar aire, a mover un rato las piernas, bajándome de este movil que pocas veces se detiene, que muchos llaman como existencia o vida. Me canso de la agitación y del hacinamiento que hay en ese movil que me arrastra rápidamente al ocaso de mis años, sin piedad alguna con una velocidad terrible, avanza en el tiempo y quiero marcharme, ser inmortal como el viento, o tan mortal como la espuma, vivir tan poco como para ni siquiera darme cuenta. Y en el avance vertiginoso veo como la gente muere a mi lado, igual de hacinada, casi tan inmóvil como yo, con sus mentes un poco más grises que la mía. Y sus cuerpos se olvidan, desvanecidos en el espacio de la existencia. Entonces se presenta el salvador escape, aunque no escaso de perjuicios. El décimo piso al vacío, las mil técnicas de cómo desaparecer completamente. Pero tampoco es la idea, quiero volver. A veces.

Entonces me entrego a los escapes, entonces me trato de esconder de mí, me vicio. Y hay que elegir entre el vicio de amor o el vicio de otras cosas (igualmente tóxicas). El amor va y viene. Y cuando se va, nos quedamos solos con lo otro (que se vale por sí mismo, entonces es un recurso interminable, para alegria de muchos). Y a veces el amor nunca viene, sólo se va. Entonces, dejo al amor y al desamor en la existencia donde sería el único lugar donde podría existir con sus complejidades.

Allá afuera sólo me explico como espuma y una espuma no ama, para ser más exacto. Y me entrego a lo miserable.
Para olvidar la existencia, toda la gente marchita, la que está en el mundo para marchitar, la gente que hay por marchitar y que algún dia, irremediablemente perderán su belleza de flores y sólo serán abono. No niego que es bello ser flor, que es maravilloso estar ahí, feliz de vivir, con colores radiantes, con listones de color en el cabello y pastizales esperando nuestras risas. Pero, vamos. La alegría no perdura, es sabido. Así que si llega a salir en mi mano en el póker del todo o nada, no la jugaría. Para qué perder el tiempo, uno por naturaleza tiende a llorar como primer impulso, y tiende a morir en el último. Para qué ser optimista si el final es siempre el mismo.
Entonces salgo de la existencia y busco un licor que me entregue la levedad que tanto busco a cambio de mi memoria, mi consciencia y hasta mi dignidad. Deseo intoxicar mi alma, mi brevedad existente, mi falta de capacidades, mi negligencia como mi dueña. Busco cigarros que hagan que mis añoranzas tontas se pierdan entre el humo mortífero. Desprovista de dignidad y memoria, de añoranzas a la existencia, de amor y desamores.

Y fuera de la existencia, estoy completa. Perdida. Con un sabor amargo en la boca, desagradable y problemáticamente feliz, dejando mi cuerpo tejido a tejido dentro de mi tumba. Suicidándome órgano por órgano, lentamente. Despidiéndome del mundo en donde no hay nadie que reciba mi renuncia. Y miro dentro de mí y hay sólo aire. Está o muy oscuro o muy claro y ya no hay nada para ver (o que quiera ser visto). Y despierto existiendo, sofocada por la gente a mi lado. Con dolor de cabeza y de recuerdos vuelvo a acostumbrarme al ritmo y vuelvo a ser lo mismo que la vida quiere que yo sea. Dependiendo del tiempo imborrable, de la circunstancia ineludible y el castigo por vivir.