domingo, 27 de agosto de 2017

moonlight sonata.

el golpe que en mi cabeza retumbará
cuando caiga en la peor oscuridad
un sonido dando vueltas, de manera eterna
un zumbido que me recuerde para siempre
que esa no es una buena forma de partir.

el golpe que sonará será mi cabeza
chocando, por última vez, con la realidad
abrazaré en un último gesto a los defectos
diré que los acepto y luego me iré
con el golpe en que retumbe mi cabeza.

quizás se generará la miopía de los recuerdos
seré, de pronto, la más juzgada en mi último acto,
nadie entendería por qué pasó o lo que pasó,
pero la  miopía del pasado me dará el perdón
por todas esas veces que me equivoqué
antes de esa última definitiva decisión.

todas las veces que no hice lo que esperaban
será nada, comparado con esta vez.

y eso será la paz última, con eso
con nada más que eso voy a ser feliz
aunque la felicidad ya no me toque.

sé bien que no es fácil, que son las luces
las que permiten que nadie vea mi futuro
pero yo lo veo sucio, muerto y mudo.
perdón por todo y gracias a quien le llegue.
ese sería el último mensaje que daría
cuando en mi cabeza retumbe el golpe.

el golpe que me dejará ir
el golpe del que ya no volveré.

sábado, 26 de agosto de 2017

debe ser.

"Aquel extraño encantamiento melancólico duró hasta el domingo por la noche. El lunes todo cambió. Teresa irrumpió en su mente: sentía el estado de ánimo de ella cuando le escribía la carta de despedida; sentía cómo le temblaban las manos; la veía arrastrando la pesada maleta en una mano, la correa de Karenin en la otra; se la imaginaba abriendo la cerradura de la casa de Praga y sentía en su propio corazón la orfandad de la soledad que la envolvía al abrir la puerta.
Durante aquellos dos hermosos días de melancolía su compasión no había hecho más que descansar. La compasión dormía, como duerme el minero el domingo después de una serrana de trabajo duro para el lunes poder bajar otra vez al tajo.
Atendía a un paciente y, en lugar de verlo a él, veía a Teresa. El mismo se lo reprochaba: ¡no pienses en ella! ¡No pienses en ella! Se decía: precisamente porque estoy enfermo de compasión, es bueno que se haya ido y que ya no la vea. ¡Tengo que liberarme, no de ella, sino de mi compasión, de esa enfermedad que antes no conocía y con cuyo bacilo me contagió!
El sábado y el domingo sintió la dulce levedad del ser, que se acercaba a él desde las profundidades del futuro. El lunes cayó sobre él un peso hasta entonces desconocido. Las toneladas de hierro de los tanques rusos no eran nada en comparación con aquel peso. No hay nada más pesado que la compasión. Ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos.
Se hacía reproches para no rendirse a la compasión y la compasión lo oía con la cabeza gacha, como si se sintiera culpable. La compasión sabía que se estaba aprovechando de sus poderes y sin embargo se mantenía calladamente en sus trece, de modo que al quinto día de la partida de ella Tomás le comunicó al director del hospital (al mismo que después de la invasión rusa le llamaba a diario a Praga) que debía regresar de inmediato. Le daba vergüenza. Sabía que su actitud tenía que parecerle al  director irresponsable e imperdonable. Tenía ganas de confesárselo todo, de hablarle de Teresa y de la carta que había dejado para él en la mesa. Pero no lo hizo. Desde el punto de vista de un médico suizo, la actuación de Teresa tenía que parecer histérica y antipática. Y Tomás no estaba dispuesto a permitir que nadie pensase mal de ella.
El director estaba verdaderamente afectado.
Tomás se encogió de hombros y dijo: «Es muss sein. Es muss sein».
Era una alusión. La última frase del último cuarteto de Beethoven está escrita sobre estos dos motivos: Para que el sentido de estas palabras quedase del todo claro, Beethoven encabezó toda la frase final con las siguientes palabras: «Der schwer gefasste Entschluss»: «Una decisión de peso».
Con aquella alusión a Beethoven, Tomás volvía a referirse, en realidad, a Teresa, porque había sido precisamente ella la que le había obligado a comprar los discos de los cuartetos y las sonatas de Beethoven.
La alusión resultó más adecuada de lo que él hubiera podido suponer, porque el director era un gran aficionado a la música. Se sonrió ligeramente y dijo en voz baja, imitando la melodía de Beethoven: «¿Muss es sein?»
Tomás dijo una vez más: «Ja, es muss sein»."


Milan Kundera, La insoportable levedad del ser (fragmento)


debió ser, debe ser.