martes, 22 de noviembre de 2011

vacante.

Es difícil pensar de corrido cuando uno está así. Pensar en cadena, pensar en cadena. El eslabón perfecto al siguiente eslabón perfecto que haga funcionar un pensamiento en cadena que te lleve a la calma. El pensamiento enfermizo, de que todo debería ser perfecto. Se pide ayuda, se exige la ayuda y se grita, se avisa, se hace expresa la necesidad del aquel eslabón.

Hola, vengo por el aviso. Cuando uno deja un aviso de algo y no sabe de qué se trata no espera que le digan, uno deja el aviso. Entonces tiende a preguntar qué aviso, uno que uno dejó hace tiempo, colgado en algún árbol solo-solo, un aviso de la búsqueda de paz, de la búsqueda de eslabones. Supongamos que ese aviso se encuentra después, desfasado en el tiempo y uno ya no se acuerda del aviso que dejó. Si llega la persona con lo requerido es preciso saber si uno está disponible a aceptar lo esperado o a no aceptar lo olvidado. Vengo por el aviso, señor.

¿Qué aviso? El de arriendo. "Se arrienda habitación para persona trabajadora, joven o vieja, linda o fea, con salida independiente cada vez que la persona quiera". El anciano suspira y pierde su mirada en un pasado desesperado. Su corazón da un pequeño vuelco y se recuerda corriendo, llorando o riendo, gritando un dolor vacío y joven. Entonces el anciano comprende y mira a la joven que sostiene el aviso en sus manos, esperanzada y temblorosa. Da un pequeño respingo y algo en su interior se conmueve, quizás empatía. Y con voz paternal, golpea delicadamente el hombro que ve en frente suyo: Ya no está disponible, señorita. Lo lamento por usted, pero no será un problema, se lo aseguro.

Entiendo. ¿Por cuánto tiempo?

Por siempre...

¿Ve usted aquella mujer sentada ahí? ella arrendó la habitación hace un tiempo, trabajó arduamente y ahora es de su propiedad. Si pudiese avisarme dónde quedan más avisos, dígame porfavor. Debo arrancarlos, junto a ella. Porque este hueco dentro de mi pecho ya no alojará después de ella a nadie, nunca más.