"las plantas con rizomas son perennes, pierden sus partes aéreas en climas fríos, conservando tan sólo el órgano subterráneo que almacena los nutrientes para la temporada siguiente."
existe un momento determinado en el que desciendo al presente y comprendo que todo lo que he venido haciendo ha tenido un sentido determinado. en ese instante abrumante dejo de pensar en el futuro, en todas las precauciones, dejo de tener miedo, de tener los mil y un motivos para protegerme de las eventualidades y soy -por fin- un poco libre de mis cuidados.
a veces esa situación me lleva a darme cuenta de que todo está increíblemente bien y esas veces son escasas, muy escasas.
navidad del 2015, el movimiento de un auto y mi mano entrelazada con la de alguien que, un rato antes, me había dedicado una de esas sonrisas que cuesta sacarse de la cabeza. mis ojos bajan y se entretienen en esa imagen de matices naranjos que aparece y desaparece entre las luces de los postes que pasamos, a lo lejos oigo su voz, interactuando en una cadencia angustiosa con alguien más y al rato me acostumbro al sonido en la contemplación de esos segundos, cada vez más lejos de la conversación, pero cada vez más consciente de mi sentir actual y de pronto estoy ahí, suspendida en el presente, percibiendo en ese preciso instante lo que había pasado, lo que estaba pasando: ya no me sentía sola, ya no estaba sola.
me doy el trabajo de querer inmortalizar el momento, tomando fotos que finalmente no resultaron satisfactorias, pero era una labor difícil. cómo podría pedirle a una imagen condensar la paz y alivio que sentí cuando inesperadamente entendí que lo que estaba sintiendo era una fe casi ciega y completamente fundamentada. que ya estaba dentro de la alegría campaneante de saberme unida a alguien por decisión propia e irrevocable, que al otro lado de mi mano estaba quien había tomado posesión de la mayor parte de mis risas, sonrisas y pensamientos, una mano que ya había recorrido probablemente todo mi cuerpo con propiedad deshauciadora desde-el-primer-momento. no existía mejor forma de condensar la situación más que sonreir y cerrar los ojos, de vez en cuando, mirando el paisaje que me mostraba el alumbrado público, aguantando el mareo sentimental, bancándome la embriaguez conocida, pero que no me visitaba hace años. estaba feliz, estaba plena, no tenía mucho más que pedir.
y, unos meses después, sigo igual.