miércoles, 24 de enero de 2007
Sería
Tengo 17 años, me dicen Soma e intentaré escribir una descripción lo más positiva posible. Pasé a cuarto año de enseñanza media, sí, el próximo año obligatoriamente creceré para el vulgo. Seré mayor de dieciocho, podré acceder a drogas duras y comprar algo de pornografía de la buena, bueno, eso dice el Danilo. También podré chocar autos y asumir mi responsabilidad cuando me arresten, creo que será fa-bu-loso. También me dicen que una persona se independiza, yo digo que eso es algo de disponibilidad, hay personas de 30 años, casadas que siguen siendo dependientes de sus padres, yo tengo diecisiete y me basta para ser más independiente que esas personas. El punto es que no quiero ser legalmente grande. El punto es que una vez más como que la vida me pasa por encima y estoy viéndola que se viene así sobre mí y qué voy a hacer, nada. Intenta verlo por el lado amable, me dicen. Parezco una histérica. Sí, lo soy y qué. Me gusta eso de ser ligeramente pro-te-gida por esto de ser chica, sé que mi vecina lo odiaría porque pensamos muy distinto y ella me reta y me dice no sé qué. Por ejemplo ese definitivo golpecito repetido en la cabeza que te dan los grandes con la sonrisa petulante típica que te dice que siempre estarás ahí, en la parte baja del ecosistema, como un plancton que, para una mejor ilustración, es adolescente. Ese golpecito odioso a mí me parece de lo más agradable por más que sepa lo que significa, por más que alguna vez lo haya sentido hasta insultante, pero y qué, hay que asumir que cuando lo recibimos aún no estamos lo suficientemente desarrollados en todo sentido como para evitar el golpecito, por mucho que cueste. Con el tiempo me fui acostumbrando al sistema de ser plancton y me acomodé en este lugar donde las explosiones de hormonas son lo común, donde es tan romántico mirar hacia los escalones de arriba y soñar con alguna que otra cosa que esté allá, lejos, bien arriba, esa sensación constante de tortícolis que frustra. Creo que esos son los mayores sueños que una puede tener a esta edad, como lo fue en algún tiempo tomar café, o tomar cerveza o fumar delante de los padres... esos son como ritos que te aseguran que te saltaste de esa horrorosa etapa en la que te orinabas en la cama hasta donde a duras penas te escuchan en la casa sin decir “uuuy, mira, está hablando”, son esas cosas tontas por las que pasas como para sentir esa agüita tibia en el pecho y sentirte grande. Para mí no es así, y sé que quizás habrán más como yo. Aparte de no agradarme el sabor ni la sensación de esos ritos, porque me duele la cabeza con el olor del cigarrillo y la cerveza la paso pero me carga el sabor [sinceramente prefiero bebida con helado de piña que la champaña, prefiero aguantar la espuma irrisoria que produce el gas que el peligro de tragarme el anillo en año nuevo]. A mí me deprimen las graduaciones, siempre pienso que es la despedida más patética a los años que pasaron, más que un funeral. Y se abrazan y se dicen “te voy a llamar” y una sabe en el fondo que no se va a saber más de quien lo último que te dijo fue “te llamo” o “no nos vamos a separar nunca” es en realidad muy triste, al menos para mí cuando lo pienso así, las otras veces me da risa. Mi base quizás sea bastante fría, pero creo que es ilustrativa: soy la única sobreviviente de un colectivo adolescente femenino que en un tiempo fue una especie de junta literaria-hedonista-medio-lésbica, donde nos reuníamos a...qué importa. La cosa es que soy la única que ha llegado hasta este momento como para contarlo. Creo que han pasado varias cosas como para formarme tal cual soy. Le temo a los anuarios, a las películas en las que salen bailes de graduaciones, a las dedicatorias en las blusas, alucino con el final de Carrie. Ser adolescente no es fácil, es como una operación rastrillo biológica, donde la persona que pasa ilesa a la prueba de frustraciones, ilusiones y decepciones, traumas y terapias sociológicas es la que puede llegar algún día a enfrentar los problemas de adulto como la cesantía, el divorcio y las pensiones alimenticias. Me parece fantástico esto de estar sujeta eternamente a pruebas de carácter, si no se notó, es ironía lo que acabo de decir. Me gustaría encerrarme y no saber más de mí. Al menos a los dieciocho podré acceder a drogas por mí sola y evitar tener que estarle viendo la cara a algún mayor, aguantar el cálido golpecito en la cabeza para poder borrarme un rato. Creo que esa sería la gracia. A ver después cómo hago para no colapsar cuando mi jefe sea el del golpecito en la cabeza. Fantástico, ¿no? Sin embargo, aún no me trago la mayoría de edad, ni andar firmando cosas, ni ser parte del maravilloso proceso de votación. Aunque, si en los alrededores de mi casa siguen creyendo que mi nombre real es Angélica, podría ser fácil convencer a esas mismas personas que no soy mayor de edad y que eso me sirviera como una clase de placebo. Es reconciliante esto de escribir.