Así fue como este caballero nos metió conversa luego de robarnos una sonrisa. Nos habló de música, tango, fútbol, de educación y miles de otras cosas. Al menos yo iba muy metida y emocionada con el señor este, siempre he sentido admiración por la gente que tiene algo interesante que decir, sin creerse mucho el cuento. Este caballero nos dio una clase de chilenidad, nos enseñó como bailar cueca, tango y cumbia. Nos contó cahuines sobre la muerte de la Violeta, enunció la tristeza de que nadie es profeta en su tierra, nos habló de la muerte de Gardel y cómo lo habían reconocido. De lo que se debería hacer en la educación, de la apreciación vana del telespectador de futbol que no ve al jugador sino a la tele, siendo descartado su punto de vista, de lo lamentable que es que ya no existan las matiné ni los vermouth para pololear, de la muerte del tango por el rock and roll y la pelvis de Elvis. Nunca el camino a la casa se me había hecho tan particularmente ameno y entrañable, cualquiera podría haber pensado que ese caballero era nuestro tío, abuelo o papá por la familiaridad con la que nos hablaba con su chaqueta y corbata café, sus sonrisa un poco desdentada y amarillenta y su nariz rosada y graciosa.
Al ver acercarse el paradero en el que debíamos bajarnos me bajó la tristeza. Le pedí si le podía tomar una foto y le pregunté el nombre. Él, por su parte, nos dijo que nos veíamos y que podría ser nuestro padrino (¿de bodas?, ¿de nuestros hijos? no lo sé). Nos despedimos y le di las gracias, aunque hubiese querido algo menos triste.
Hubiera deseado saber más de él, sólo supe que se había casado a los 22, luego quedó viudo y volvió a casarse y ahora lleva 15 años casado, que nació en el '38, que es un excelente crítico y muy ameno para conversar, que me hizo reir un rato, que su sonrisa era bonita, que era medio sordo, que la llevaba el caballero, que ha de vivir por acá, por Maipú y que se llama Daniel.