Las siete de la mañana con cincuenta y cinco minutos. Na’ ni cagando llego al colegio, ni tampoco tengo ganas de ver toda la cagada que acarreo por todas partes, las metidas de pata en la sosaieti educional, esas que me definen como un puñado de sentimientos, porque nadie quiere entender que yo no estoy ni ahí con eso, que no soy ningún puñado sentimentalístico sino que un manojo de hormonas adolescentes, y lo que he hecho, sinceramente, no me sale del corazón (bue' ya creo que mencioné lo que me pasa con aceptar mi sensibilidad). Todo eso y matemática, que me tiene como la persona más frustrada del mundo, me siento tan estúpida, tan irracional, tan ilógica, ¿acaso es malo que me importe una hue’a andar midiendo triángulitos por la vida?, ¿acaso es malo que la trigonometría y la estadística me la pase por la raja? ¡Qué me importa a mí, por la chucha! De qué me va a servir una ecuación algebraica cuando ande tirada debajo de un puente, muerta de ebria, putando al anticristo, que va a ser mi único hijo.
Pensando esa clase de cosas me puse a caminar, después de un rato eran las tres y media e iba llegando a
Concha y Toro, con la sensación de haberme transportado en el tiempo y pensando que ya no había llegado al colegio al fin y al cabo y que si supiera manejar la sicología me adueñaría del mundo. También pensaba que estaba loca, pensaba que estaba terriblemente loca, loca como una cabra’e monte, loca, loca, loca.
Y, cuando seguí el espacio en donde la calle se dobla (una esquina), lo vi a él, un gato negro pero bien negro, que me miraba con paciencia mientras hacía mis conjeturas de demencia en la calle mojada y solitaria. Entonces me senté al lado de él, improvisándome un asiento con dos pedazos de calle.
Es bien terrible, el otro día leía Descartes como siempre me da por leer cosas de esa onda cuando me pasan otras cosas que afectan a mi censura freudiana y se me dio vuelta el seso. Eso de la vigilia y el sueño me deja terrible enferma y yo no dejo de pensar que esta realidad que es la mía es un invento de otra yo que está en algún siquiátrico botando espuma por la boca, que todo lo que conozco, que todo lo que veo no deja de ser un invento de mi imaginación enferma, etc. Porque a veces lo que vivo es muy increíble, y no digo increíble por el lado de lo maravillosamente lindo, sino que es como demasiado fantasioso de mi parte, entonces me digo que la hueá no puede ser verdad, pero lo es, y entonces es verdad pero en algo que es toda mentira y aún cuando sufro por lo que me pasa sigue siendo bastante factible que sea imaginado igual, porque ni siquiera en una utopía mental podría ser completamente feliz, pensando que dentro de mi enfermedad siquiátrica esté el sadomasoquismo. Entonces es totalmente realizable esto de haberme creado un mundo en el que me paso metiendo una y otra vez en hueás inverosímiles, no sé si te das cuenta.
Pero el gato no me dijo nada.
A ver, empecemos de nuevo: ¿porqué la Soma cree que está loca?, fácil, porque en ninguna realidad de mierda podih estarte metiendo entre proxenetas sin que salgai en el diario al estilo Hans Pozo ni estar hablando con un gato negro y sentir que el gato de verdad te está escuchando y asumir que los movimientos que hace con la cabeza son de asentimiento. En ningún mundo real yo podría existir, porque siendo tan ilusa como soy jamás concordaría con lo insensible que soy también, y de ser así me debería haber suicidado hace rato, haberme hecho una cosa efectomariposiana. Es como alimentarse de aire tener esas dos cualidades a flor de piel sin hacerse cagar las muñecas ni recurrir al harakiri, no sé cómo explicarme bien.
La verdad, por lo que veo, es que estás buscando alguna manera de escudarte otra vez, le escuché.
A ver, espera, dije mirando al piso. ¿Quién chucha me dijo eso? Adivina. Me estai hueveando, le dije y me di cuenta de la estupidez que estaba diciendo al suponer que un gato podría estarme hueveando al hablarme. Y entonces miré al gato negro como si de la nada se hubiese convertido en un oso panda gigante.
Ahora sí que las cagué, me dije, ahora sí que me meto al lopendor vitaliciamente, ya basta de la hueaita.
“¿Mamá?, no, si pasé al centro después del colegio. Estoy aquí en Concha y Toro, hablando con un gato. Ya. Chau”. Era mi mamá, le dije al gato, es re-preocupada. Ah, cuando la veas le mandas mis saludos. Ningún problema, pos mejo, si a ella le encanta que los gatos parlantes le manden saludos. Al final suspiré resignada y me acomodé en el piso junto al gato y conversamos de la vida por un buen rato y al final me sentí satisfecha de lograr una conversación coherente, porque si lo más real se encuentra en la mentira absoluta no tiene nada de raro que me haya encontrado la conversación más seria con un gato parlante. Se hacía tarde y entonces me despedí educadamente, onda: “bue’, señor gato, me tengo que ir a mis clases de cueca, chaolín” y me pidió que para la otra le llevara un libro de Descartes y se fue en un pis-pas.
Y después caminé y me di cuenta de que tenía el traste mojado y que era bien raro que existiera un mundo en el que uno se mojaba el traste cuando se sentaba en el piso mojado. “La hue’a loca”, pensé haciendo parar la micro sin mirarle el número porque da mala suerte y pensando si existirá la posibilidad también de encontrar un mundo paralelo en el que hablar con los gatos sea algo anormal.