Pegado a la cal de la pared, obscuro y sin sombra, el fraile sostiene el cordel del campanario para llamar a la misa de las siete. Pero vuelve a ser inútil: sus manos se quedan inmóviles, aferradas al cordel. Alguien -por misericordia o simple fastidio- se las tendrá que ingeniar un día para explicarle que en verdad esas campanas están dibujadas en la pared desde 1514. Y que él también.
Y volvi.
Más pesimista que nunca. Aunque en volá me devuelva luego por donde mismo llegué.
Y volvi.
Más pesimista que nunca. Aunque en volá me devuelva luego por donde mismo llegué.