Me harté, necesito un espacio. Algún espacio donde esté yo y nadie más a unos cuantos metros. Si es posible no ver a nadie más a mi alrededor, para poder reconocerme en ese lugar, reconocerme sola. Llego a mi casa después de la noche del día sábado, una noche sin sorpresas y mucho de lo de siempre. La nostalgia por mi propia nostalgia. Así que llego y busco esa soledad en la que pueda refugiarme. Tomo un bolso, no saludo a nadie, actúo como un robot antisocial. En mi bolso pongo las cosas que son las únicas que necesito para poder vivir: dos libros con trama prometedora, un cuaderno con hojas en blanco, un lápiz (de preferencia con tinta negra), cigarrillos (no por un vicio nicotinoso, para nada. Debo aceptar que es por una razón completamente casi-romántica), un encendedor y mentitas (lo que sea, pero que tenga azúcar). En un instante ya estoy sentada mirando el cielo, con un cigarrillo en la boca. Me pica la garganta increíblemente. Y me pregunto cómo chucha la vida me pesca en momentos tan estúpidos para ponerme romántica. Tengo ganas de apretar el botón de RESET de mi cerebro. De tener algún botón de RESET. No está funcionando.
Voy en la etapa de auto-descalificarme, estoy discutiendo con mi curiosidad, esa que me hace preguntas tales como “¿porqué, entonces, piensas tanto en eso?”. Porque tengo una curiosidad que, según algunos, MATA. Miro alrededor, buscando algo que me desconcentre porque me estoy haciendo mal. Entonces lo veo, ahí, un montón de moscas que zumba estrepitosamente a lo lejos la felicidad del baquete. Debe ser algún pedazo de carne envenenada que tiró algún amargado de mierda, pienso. Me acerco y cada vez el pedazo de carne toma más forma, más forma y más forma. Más forma de gato. De...MI GATO. O lo que FUE mi gato. Me llevo la mano a la boca y me tapo la nariz de paso. El olor es INSOPORTABLE. ¡MOSCAS DE MIERDA!, grito irritada por el olor que calcina mis fosas nasales y mi sensibilidad, MOSCAS DE MIERDA, MOSCAS DE MIERDAAA. Suspiro. Aún quedan algunas, las que espanto con una mano cada cierto tiempo, resignada sobre todas las cosas, me siento a un lado de esa masa inerte.
Lo acaricio. Le acaricio las orejas (o donde deberían estar las orejas), la frente y le hablo, le pido disculpas, le digo que siendo un gato mío tenía que terminar así. Le maúllo, le ronroneo, esperando a que me responda, se levante y frote su cabeza contra mis piernas, y luego me pida que lo abrace estirándose hasta tocar mis rodillas con sus patas delanteras como siempre. Pero no se mueve, no ronronea, no maúlla ni me mira. Está indiferente en su estado. MUERTO. Milagro, mi Milagro (así se LLAMABA), estás tan muerto como yo. Pero tú das menos lástima. ¿Sabes?, es una buena metáfora de la vida esto de que te mueras y que te llames –o te hayas llamado- Milagro. NO HAY MILAGROS PARA MÍ. TODA CLASE DE MILAGRO QUE PUEDA LLEGAR A MÍ NO VA A LLEGAR NUNCA, PORQUE ESTÁ EN ALGÚN TECHO PUDRIÉNDOSE.
Lo tomo en mis brazos y bajo del techo con él. Ya no hay moscas, les supe enseñar eso del respeto a la muerte. Llego donde mi mamá, ella me da la espalda, me pregunta dónde estuve, que si estuve fumando, me pregunta QUÉ MIERDA ES ESE OLOR A MUERTO. Yo le digo, es el Milagro, mamá, el Milagro que tiene olor a MUERTO, porque está MUERTO. OHHH, exclama, OOOOH, EL MILAGRO. ¡OOOOHH!Ellos me tratan de loca por andar con una masa inerte en las manos, pero no entienden que es MI GATO, MI GATO MUERTO. Que, claro, ya no es más gato porque pasó a ser COMIDA DE LARVAS, pero sigue siendo MI comida de larvas. Ellos son los locos, ellos no lo entienden. Yo le hago un ataúd, le busco flores, lo entierro y hasta lloro por él. Pero siguen sin entender y siguen hablando de mí, me miran raro, que me cambie la ropa, que huelo a muerto. HUELO A MILAGRO, les digo. ESTE ES EL MÁS PURO OLOR A MILAGRO. TODO HUELE A MILAGRO Y ES GENIAL, ¿NO?, ES EL MILAGRO EN TODAS PARTES, DEBEN ESTAR FELICES. Pero siguen sin entender. Así que me cambio la ropa. Qué se le va a hacer, mi querido Milagro. Yo te entiendo, yo también estoy muerta. La diferencia es la que ya te dije y que yo hablo. Yo les hablo y ellos creen que también los escucho, pero estoy tan muerta y hace tanto tiempo que ya nadie se da cuenta. Vienen y se van y ya no se dan cuenta.